06 mayo 2009

¡Tora, tora tora!

La historia escribe sus leyes. El hombre se encarga, sistemáticamente, de olvidarse de ellas. Una de las más maravillosas guerras entre la experiencia y la manía del hombre en tropezar con la misma piedra se encuentra en la Fórmula 1. Un año tras otro -o casi- se repite. Se trata de los pilotos japoneses. Piloto y hombre nacido en el Sol naciente son dos términos que sólo juntarlos trae una teoría a la cabeza: guerra. Y de las grandes.

Simplemente el hecho de saber que hay alguno en el circuito ya me emociona. Uno no sabe por dónde van a salir. Me los imagino en boxes dándose ánimos y rememorando a sus pasados al grito de ¡Tora tora tora! (la frase en clave para indicar que se había alcanzado con éxito la primera oleada del ataque a Pearl Harbour). Cada uno con su especialidad a la hora de dejar huella. Muchos han hecho, más que escula, doctorado universitario. El ya inolvidable Takuma Sato era especialista en ver hasta dónde puede aguantar un motor. Claro que, visto por el otro lado, daba trabajo a centenares de compatriotas que fabricaban los motores que, uno tras otro, él cataba. Uno de sus compañeros en Super Aguri, la escudería creada con el único fin de que Sato pudiera seguir en la F1, fue Yuji Ide. Su pilotaje fue tan fugaz como los coches que le adelantaban en pista. Llegó al Gran Circo a la prometedora edad de 31 años. Corrió cuatro carreras y en el recuerdo de los aficionados quedará el coche de Albers dado vueltas de campana en Ímola gracias al fino pilotaje del nipón. En los entrenos en Albert Park el coche se le quedó parad
o en medio de la pista tras, cómo no, un señor trompo. Preguntado porqué no puso la marcha atrás su respuesta fue sincera: no sabía que existía esa opción. Como la F1 no estaba preparada para él, la FIA decidió retirarle la superlicencia y permitirle que se centrara en el Forza Motorsport o similares.

Kazuki Nakajima debutó en Brasil y no quiso perder un segundo para demostrar que era él quien mandaba en el equipo. Para corroborarlo no tuvo mejor idea que atropellar a sus ayudantes. Sakun Yamamoto, en la línea de Nakajima, tuvo un esperanzador debut: a las tres vueltas en Hungría decidió que aquello era muy aburrido, y que mejor dejarlo para otra vez. Así que se salió de pista. Pero sin duda, el mejor, el piloto japonés que logró dar el mayor espectáculo, fue Taki Inoue. Lo más espectacular es que fue el menos kamikaze de todos. Y es por ello que queda su legado. Contextualizando, nos tenemos que situar en 1995. Circuito de Hungaroring. Inoue, a los mandos de un Footwork Arrows, tiene que abandonar el GP. Su motor, en la línea de los de Sato, dijo basta. Salió del coche y poco después era estúpidamente atropellado por el coche de seguridad. Un grandioso legado, sí señor.


1 comentario:

TaniT dijo...

Nakajima y Yamamoto merecen mención aparte, qué cracks... Pero Inoue es que es más tonto que un civil de cartón...