27 mayo 2009

Aquella noche

Aquella noche de 1994 descubrí el dulce placer de la venganza. Un equipo blanco arrasando a quienes nos habían humillado hace apenas unos meses. Era muy chico, no tenía ni una década. Pero me recuerdo extasiado ante el televisor, viendo aquél equipo italiano tomando cumplida vendetta. 4-0 al Barça. Aquella noche, y para siempre, prometí tifar por ese equipo, el AC Milan.

Aquella noche de 1998 casi me parto una pierna. La mesa de mármol en la que cenábamos fue el freno que encontré para dar rienda suelta a toda la tensión concentrada. Mijatovic acunó el cuero, burló a Peruzzi y decidió que, 32 años después, ya era hora de ganar la Copa de Europa de nuevo. El grito inundó la casa. Los nervios, la última media hora. Aquella noche aprendí que se puede llorar de emoción.

Aquella noche de 1999 nos demostró a todos que, hasta que algo no concluye, hay que tener fe. La tuvo el Manchester, y consiguió voltear en un parpadeo dos goles a todo un titán, como el Bayern de Múnich. Hay una delgada línea entre la risa y el llanto. Aquél partido en Barcelona nos recordó que, con sólo un minuto, se puede viajar de uno de sus lados al otro.

Aquella noche de 2000 descubrí la grandeza en el ganador, pero aún más importante, la descubrí en el perdedor. Aquella noche España estaba, como diría aquél, llena de orgullo. Valencia y Madrid, Real Madrid-Valencia. Ganó el mejor, pero ganó el país. El público madridista ovacionó a los naranjas cuando subieron a recoger el desgradable título de segundo. El valencianista, a los campeones.

Aquella noche de 2003 aprendí que uno nunca puede fiarse de ninguna predicción, ni puede esperar que el mejor gane. Aquella tanda de penaltis debía de ser protagonizada por Buffon, el gran portero de Italia. El gato al agua se lo llevó Dida, el pésimo portero brasileño. Fue una final que no dejó motivo a la ilusión. Sólo a la tensión final.

Aquella noche de 2004 exploré en la idea de que no hace falta ser grande para ser el mejor. Una vieja gloria de una liga menor, contra la pomposidad pseudo rica de un Principado que apenas ha aportado nada al fútbol, aparte de un bello estadio. Oporto y Mónaco. Nadie daba un duro por ellos y dudo que alguien lo vuelva a dar nunca. Pero llegaron, cada uno con sus armas, batiendo a enemigos claramente más poderosos. Chapeau por ambos.

Aquella noche de 2005 no olvidaré los 15 minutos del descanso. Apostaba por el Liverpool, que había ganado enteros en mi particular ranking-de-equipos-que-simpatizo. Quería que ganara, sin lugar a dudas. En aquél descanso recuerdo, como si lo estuivese haciendo ahora, cómo me acerqué al que por entonces era el ordenador familiar, entré a mi space de Hotmail y comencé a escribir: 'Otra vez será Liverpool'. Cuando estaba a punto de publicarlo resonó desde el salón: ¡Gol del Liverpool! Me acerqué a ver la repetición y apenas seis minutos después la montaña había llegado a Mahoma. Aquella noche aprendí que todo es posible.

Todas aquellas noches fueron finales de la Champions League, de la Copa de Europa, llámenlo como quieran. Todas aquellas finales me enseñaron algo. No me digan que el fútbol no es más que 22 tíos pegando patadas a un balón. Vean y aprendan. Hoy puede ser una de esas noches. Espero impaciente.

1 comentario:

TaniT dijo...

Otra cosa no, pero que el fútbol levanta pasiones es un hecho innegable (en parte ayudado por la cobertura mediática y el interés económico) Un zumbao del fútbol como tú, que acabe llorando/gritando/estrellándose contra una mesa, pues es medianamente normal. Que yo acabe llorando de la emoción y el orgullo al final de un partido, ya es menos normal :P Esta noche, mi corazón es blanco de nuevo.

Que se pare el mundo, que esta noche hay fútbol!!!