07 marzo 2007

Camina con esperanza en el corazón, nunca estarás solo

Las grandes batallas épicas ya no existen. La Historia nos permite, muy de lejos y sólo bajo el prisma del vencedor, rememorarlas. Cuentan las crónicas que en la antigua grecia un ejército helénico liderado por el rey Leónidas consiguió detener un ataque masivo (entre 250.000 y el millón de soldados) por parte del ejército persa con apenas unos 300 espartanos en la batalla de las Termópilas. Y como esa ha habido muchas más, grandes combates a vida o muerte, gloria o deshonra. Y así, del mismo modo que la Historia nos enseña cómo fue, aprendimos al mismo tiempo a evitarlas -más aún tras la Segunda Guerra Mundial-. Ya no quedan grandes guerras... y sin embargo su espíritu sigue vivo. La popularización y masificación del deporte trasladó las ansias de guerra de Europa a otros campos de batalla. Sin lugar a duda, por suerte o por desgracia, el "deporte rey" es el nuevo foco donde se blanden las espadas, se disparan los cañones y las tropas entran a cargar.

Estas dos últimas semanas hemos podido volver a contemplar las grandezas y las miserias de las guerras, trasladadas a los campos de fútbol. Da pena ver cómo gentuza del todo indeseable no sólo para el fútbol, sino para la sociedad, se aprovecha del deporte para dar rienda suelta a sus frustraciones: desde los barras bravas de Argentina hasta el cobarde David Navarro (al menos luego entonó el Mea culpa) pasando por el todavía anónimo terrorista del fútbol que le lanzó la botella a Juande Ramos en el Betis Sevilla. La tristeza por ver cómo algo bonito, que en el fondo uno ama, se convierte en semejante esperpento hizo que empezara a perder un poco la fe en todo esto. Bueno, eso y además el hecho de ver que mi Madrid es una amalgama mal parida que no sabe ni qué hacer y que poco a poco se vulgariza hasta límites insospechados.

Pero tenía que pasar algo que cambiara todo eso. Y sólo había dos "plazas" (otra vez el belicismo deportivo) donde la magia podía volver a llevarme al sendero mágico cubierto de césped. Sevilla y Liverpool. Uno por su gente, otro por su mito, su leyenda y su magia. A lo que hay que sumar que justo en esos dos campos jugaba el "archienemigo" merengue: el Barça. El choque del Sánchez Pizjuan hizo que, por un instante, volviera a decirme: "Ey, la grandeza del fútbol reside en que todo es posible". Pero lo de anoche... ¡Dios mío! No había sufrido ni disfrutado tanto desde el Gran Premio de Brasil del año pasado -curiosamente coincidió con el Real Madrid-Barcelona-. Fue Sevilla, pero si había algo más, sólo podía ser Anfield. Tenía que ser Anfield. ¿Se puede reconocer el amor cuando llega? Pues a mí me llegó hace tiempo. Merengue red. Aunque ganen, aunque pierdan, nunca estarán sólos. No al menos mientras el aquí firmante viva. Hoy sólo me queda disfrutar del ayer y soñar con el presente inmediato. Toca cenar en Munich. ¡A por las cervezas... y a por la Copa!