18 mayo 2009

Carmen

Admiro a Fernando Alonso. No sólo por su maestría al volante, que sería suficiente motivo. No sólo porque sea español, que para muchos ya sería un gran motivo. Lo admiro porque siempre ví en él reflejado el que era uno de mis sueños: ser un piloto triunfador en la F1.

Recuerdo, muy de chico, pasar las semanas previas a las vacaciones de verano en el colegio de Mejorada del Campo en el que trabajaba mi madre. Recuerdo como jugaba con una pequeña réplica del McLaren Honda de un tal Ayrton Senna. Luego vinieron los videojuegos, en especial aquellas largas tardes que jugaba con mi gran amigo Álvaro al Grand Prix 2 de Geoff Gramond.

Cuando soñaba con ser piloto de fórmula 1 no sabía muy bien con qué quedarme. Coches rápidos, circuito míticos (luego iría conociendo lo del lujo y el dinero). Pero había dos cosas con las que siempre soñaba. Escuchar el himno de España, en honor al campeón de la carrera, y luego celebrar llenando de espuma a las chicas mientras sonaba de fondo la Obertura de Carmen, de Bizet. Un colofón grandioso que las últimas cadenas que emiten la F1 suelen olvidar. Era un momento grandioso.

Puede que el destino me estuviera guiñando el ojo. Puede que mi futuro no ande muy lejano del asfalto. Al menos ya una parte del orgasmo final de las carreras la tengo. Tengo a Carmen. Y es incluso más maravilloso de todo aquello que podía soñar. Gracias por existir.

1 comentario:

TaniT dijo...

Aunque Carla Bruni cantara que el destino se burla de nosotros, a veces lo que hace es dejarnos pistas, y ver si nosotros somos capaces de seguirlas :)
Seguro que tanto la Carmen de Bizet como la tuya se sienten afortunadas después de esta ópera :)
MZ ;)