El fútbol es, en la más absoluta de sus esencias, en su embrión, sí son 22 tíos golpeando a un balón. 22 o 14, 5, 3... que sólo buscan pasar un buen rato. Pero el fútbol de élite de hoy es más parecido a una partida de ajedrez que a cuatro críos pegándole patadas a algún objeto que pretende asemejarse a una esfera. 11 figuras (por el término ajedrecístico), compuestas por peones, torres, caballos, alfiles, reyes y reinas. La magia del fútbol de calle queda reducida a cuatro privilegiados – reinas, reyes - que deben vérselas contra peones, torres y todo lo que se encuentre por delante. El jugador (entrenador) debe alinear esas fichas a fin de dar el jaque mate, evitando posibles ataques traicioneros.
La magia del fútbol consiste en pasar de la más absoluta frialdad que supone esta sintetización a la vibración en las gradas, causada por una nueva sensación de nacionalismo transcrita a una enseña y unos colores. “El amor por un equipo” no es sino la sensación, absolutamente irracional, de todo esto. El deseo porque tu equipo, tu región, tu nación, llegue más alto, que sea la mejor. Por eso el fútbol no son 22 tíos pegándole a un balón. Por eso el fútbol es algo más. Sentimiento, pasión, alegría, tristeza, juego al límite, doble o nada.

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