Pero había motivo. El motivo era el alevín almeriense. Un grupo de chavalines que no son propiamente del Almería, sino que lo son de la provincia. Un grupo que apenas habían pegado cuatro pases juntos. Un equipo que no contaba para nada. Se impusieron a rivales cuyos escudos hablan de grandes canteras, pasadas, presentes y futuras: Athletic, Real Madrid, Villarreal... Y en la final, al favoritísimo combinado multirracial del Barça se las hicieron pasar canutas. Tuvieron que esperar al -literalmente- último segundo para doblegarlos, pese a que eran más altos, más rápidos y más fuertes.
Siempre se dice que este torneo es fútbol en estado puro. El Almería demostró eso, y mucho más. Olvídemonos de grandes teorías, dejemos de lado largas temporadas preparatorias: hay que dejar a los chavales libres, que jueguen y se diviertan como si jugaran en su barrio.

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