12 mayo 2008

Quemando rueda en la noche madrileña

Puerto de Canencia. 00:30 horas del sábado 10 de mayo. A un lado de la carretera que cruza el puerto de montaña cuatro guardias civiles hacen noche fuera de su todo terreno. Uno come pipas. Los otros hablan entre sí. Un Seat Córdoba amarillo pasa por delante a más de 100 km/h. Ni se inmutan. El conductor, Daniel Marbán, sabía que estaban ahí, pero no teme perder ni un solo punto de su carné. No es un conductor al uso: es un piloto que compite en el Rally de la Comunidad de Madrid.

El tramo que iba a recorrer el Córdoba WRC (denominación de los coches de rally) partía del puerto de Canencia para morir en Miraflores de la Sierra. El ruido de su motor, con el petardeo que hacía al cambiar de marchas, rompió la calma. En una curva a medio camino entre salida y meta unas 75 personas esperaban impacientes su llegada, algunas subidas hasta en los salientes de las rocas. “¡Coche!” gritó alguien desde lejos. Una potentísima luz se acercaba. Eran los focos del Seat. Sonaron bocinas. La gente gritaba. El coche de Marbán y Rafael Flores, su copiloto, pasó por delante suyo, negociando los 180 grados de curva. Entonces el olor a gasolina se mezcló con el de unos cubatas cercanos y algo de marihuana para imponerse al aroma que desprendían las flores de la montaña.


Los pilotos sabían que los espectadores querían ver espectáculo. “Es más llamativo por la noche, los focos, los frenos al rojo vivo, aparte del cachondeillo que hay” dijo Ángel, un joven en la treintena larga habitual de los rallyes. Tampoco había mucho más que ver esa noche, aparte de las linternas que muchos llevaban, los flashes de las cámaras de los fotógrafos que cubrían el tramo y algunas colillas sobre el trazado. Un par de minutos después del Seat aparecía un Mitsubishi Lancer Evolution tocando el claxon mientras trazaba por el interior, haciendo que la gente se volviera loca.

Una locura comedida. Todos, pilotos y espectadores, sabían que esa era la curva más complicada del tramo. Una curva ya famosa. Gabriel, un veterano de 44 años, lo explicaba: “complicada, es complicada. Hace dos o tres años hubo varios accidentes en el exterior. Hubo un chaval al que le rompieron las piernas. Es peligrosa, muy peligrosa”. Una peligrosidad que no se vía en rostros como el de Javier, un cronometrador de 20 años tan ajetreado que apenas tenía tiempo para responder. “Tenemos que estar atentos a cuándo pasan, a quién pasa, asignarle sus tiempos y, si alguno se queda en el camino, comunicarlo al control de carrera” explicaba entre coche y coche. Precisamente eso tuvo que hacer a eso de las 00:45 horas, cuando el Peugeot 206 del dúo Israel García y José L. Sánchez se quedaba tirado nada más salir de la curva. Uno de los fotógrafos, curtido en decenas de rallyes, daba un primer veredicto: “¡para mí que ha sido el cambio de marchas!”.

En apenas dos horas los 59 coches que participaron en las dos modalidades (velocidad y regularidad) habían acabado los 12,7 kilómetros del recorrido. Pero hacía rato que los espectadores habían comenzado a abandonar la curva, camino de sus vehículos. Algunos aparcados en las cunetas de la carretera, con los coches del rally pasando apenas a un metro. Otros seguidores subían andando, aún con la competición en marcha, hacia el parking habilitado por la organización de carrera. Algo de lo que los competidores se quejan sistemáticamente. Como hizo Begoña Arribas, copiloto de José Sánchez y que con su Porsche 911 Carrera encabezó la clasificación esa noche. Aguantando la lluvia que caía, aún con su mono azul y blanco puesto, criticaba esta situación: “la seguridad es algo que el espectador aún no tiene muy claro. Eso es perjudicial para ellos y para nosotros. Ves a alguien que cruza y pierdes la concentración”. Arribas concluyó con que “los espectadores deberían tomar conciencia de lo que hacen”, algo que su compañero firmó “punto por punto, así tendríamos menos accidentes”.

Por suerte no hubo herido alguno, aunque alguno se quejó de otro tipo de atropello: en el parking una camioneta llegada desde Ávila, repleta de pegatinas de rallies y etapas ciclistas, vendía montados de chorizo, salchicha y panceta a cinco euros la unidad. “Nosotros ponemos los precios, no obligamos a nadie a comprar” dijo uno de los vendedores tras oír algunas quejas. Con o sin bocata, los espectadores se apresuraron a subirse al coche para llegar lo antes posible a Miraflores, en vano, ya que con tanto coche en la carretera al final se montó un atasco digno de cualquier puente laboral.



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