No recuerdo haberle dado nunca las gracias por haberme hecho esa pregunta. Pero ahora lo hago. Gracias por las miles de horas de diversión que tuve. Gracias por potenciar mi imaginación, y, de paso, mi pasión por el deporte. Llegué a ser un gran jugador: entre recreo y recreo, en los fines de semana, siempre había un hueco, un buen momento para coger un garbanzo y ganar otro partido más.
La satisfacción no sólo llegaba por disfrutar con los amigos, sino también por su reconocimiento hacia el campeón. Me enseñó valores como el respeto, la deportividad, el saber ganar... y perder cuando así era. Las chapas no fueron sólo un juego, sino mucho más. Gracias.
